«Joyas de España»: En Jerez la Historia Canta y el Vino Sueña

Jerez de la Frontera: Un viaje que comienza con los pies y termina en el alma donde la vida se saborea con los cinco sentidos.

 

Por Ehab Soltan

HoyLunes – En el corazón de Andalucía, donde la tierra huele a sol antiguo y las calles murmuran en compás de bulería, se alza Jerez de la Frontera, una ciudad que es como un poema de piedra y vino, un tapiz bordado con siglos de memoria. Fundada por los fenicios como Xera, tejida por manos musulmanas, cristianas y flamencas, Jerez no se olvida de su pasado, lo respira. Las murallas susurran rezos almohades, el Alcázar aún guarda ecos de abluciones y estrellas, y la Catedral —nacida sobre una mezquita— se yergue como símbolo de fusión, con nervios de barroco, alma mudéjar y corazón gótico.

Jerez es una ciudad que se sueña a sí misma cada primavera, cuando llega la Feria del Caballo y el aire se llena de cascos, volantes y sevillanas. En el barrio de Santiago, el cante se convierte en oración, y en la Basílica de la Merced o en la iglesia de San Miguel, las imágenes se visten de pasión y saeta. Sus calles encaladas guardan los secretos del flamenco más puro, mientras que el vino —ese embajador inmortal— madura lento en bodegas que parecen catedrales, con nombres como Tío Pepe o Domecq, bajo el ojo de Eiffel o el amparo del Docomomo. Y entre copa y copa, el visitante descubre sabores cocinados «a la jerezana», donde el fino, el oloroso o el Pedro Ximénez acarician carnes, pescados y torrijas como una caricia del tiempo.

Todo en Jerez invita a quedarse.

El alma de Jerez danza, canta, sueña. En la Real Escuela Andaluza del Arte Ecuestre, los caballos bailan como si el suelo ardiera de música, y en la Cartuja de Santa María de la Defensión, aún parece rezar el silencio. Desde sus plazas bordeadas de naranjos hasta sus conventos mudéjares, desde el bullicio de las ferias hasta la calma de las bodegas, todo en Jerez invita a quedarse. Y cuando el viajero parte hacia la Costa de la Luz o los pueblos blancos de la sierra, lleva consigo una certeza: que en Jerez, la historia se celebra. Aquí, cada calle es un escenario, cada copa una leyenda, y cada noche, una canción por escribir.

Plaza del Mamelón. Foto cedida por la escritora jerezana Ángeles Díaz.

En Jerez, el vino se escucha, se huele, se contempla. Es una historia líquida que se escribe en barricas centenarias y se susurra entre las naves solemnes de sus bodegas, esas catedrales del vino que guardan la sabiduría del tiempo. Aquí, cada sorbo es un viaje por siglos de tradición, donde el arte de la crianza en soleras y criaderas se convierte en ceremonia, y los vinos generosos conviven con tintos, blancos y rosados de autor bajo la Indicación Tierra de Cádiz.

El enoturismo en Jerez es una experiencia multisensorial que va más allá de la copa: es pisar la tierra que da vida al viñedo, es perderse entre los “Pagos del Sherry”, es saborear una cata maridada mientras cae el sol sobre la campiña dorada. Desde los tabancos donde se canta al vino hasta las rutas guiadas por los paisajes que lo inspiran, Jerez invita a vivir el vino con todos los sentidos. Y para quienes deseen profundizar aún más, los museos y centros temáticos del vino abren sus puertas como templos del saber enológico: el Centro de Dinamización del Enoturismo del Marco de Jerez, la Galería del Jerez, la colección de grabados de Picasso en Bodegas Real Tesoro, o la colección pictórica de Joaquín Rivero en Bodegas Tradición —una de las más importantes de Andalucía— ofrecen una mirada artística e histórica al alma del vino. Porque aquí, el vino es cultura y es identidad.

Hablar de Jerez, es hablar del caballo como quien invoca un mito vivo. Desde el siglo XV, cuando los monjes de la Cartuja comenzaron a criar al noble cartujano, hasta hoy, el arte ecuestre se entrelaza con el alma de la ciudad como una danza ancestral. Cuna de una de las razas más puras y emblemáticas del mundo, Jerez es territorio sagrado para los amantes del caballo, donde la elegancia trota al ritmo del tiempo. Integrada en la red EuroEquus, es faro europeo del arte ecuestre y guarda en sus campos, yeguadas y fincas una herencia que late con fuerza.

La Fundación Real Escuela Andaluza del Arte Ecuestre —con su majestuoso espectáculo «Cómo Bailan los Caballos Andaluces»— despliega un ballet único donde la armonía entre jinete y corcel se convierte en poesía en movimiento. Sus museos, como el del Enganche o el del Arte Ecuestre, exponen carruajes y guarniciones, que relatan una historia de belleza, fuerza y tradición. Pasear a caballo por la campiña jerezana es acariciar la tierra con pasos firmes y elegantes; es dejarse llevar por la nobleza del animal en un entorno donde la naturaleza y la cultura cabalgan juntas. Desde clases de equitación hasta alojamientos con alma ecuestre, desde la contemplación de la doma clásica hasta la vida en libertad de los cartujanos en la Yeguada Hierro del Bocado, todo en Jerez confluye para ofrecer una experiencia que no se olvida, donde el caballo es símbolo, legado y emoción.

En Jerez, el flamenco es latido, es pulso, es respiración

En Jerez, el flamenco es latido, es pulso, es respiración. Desde los primeros acordes del año, cuando el Festival de Jerez abre sus puertas al mundo con el arte vivo de la danza y el cante, hasta los ecos rasgados de los villancicos flamencos que cierran diciembre con alma de zambomba, la ciudad vibra, canta y se desgarra al compás de una tradición que no duerme. En cada rincón resuena el duende, ya sea en los Viernes Flamencos, las Noches de Bohemia o la Fiesta de la Bulería, joyas del ciclo estival ‘Caló Flamenco’.

Es en los barrios de San Miguel y Santiago donde el cante se vuelve oración y la guitarra, plegaria; donde el alma gitana de Jerez camina descalza y orgullosa por sus plazas, teatros, tabancos y peñas. Tierra que vio nacer a leyendas como Don Antonio Chacón, Tío Borrico, Terremoto o La Paquera, nombres que escribieron la historia del flamenco, y que la esculpieron en el aire. Y para quien busca entender el misterio de este arte, el Centro Andaluz de Flamenco, corazón palpitante en el casco histórico, ofrece una inmersión profunda en sus raíces y esencias. No es casual que se la nombre ‘Cuna del Flamenco’, porque aquí el flamenco no se interpreta: aquí se hereda, se vive y se sueña.

Free Discover the Lola Flores monument in a sunlit square in Jerez de la Frontera, showcasing urban Spanish culture. Stock Photo
Jerez de la Frontera es ciudad como un poema de piedra y vino

En Jerez, el sabor también tiene duende. Su gastronomía, nacida de la generosidad de una tierra diversa y de la memoria de los pueblos que la habitaron, es un canto al paladar y al tiempo. Cada plato, cada bocado, es un susurro del pasado que se renueva en la mesa: la berza jerezana humea con la sabiduría de siglos; los riñones al jerez llevan el alma del vino en su aroma; el ajo de viña revive las mañanas frías del campo; y los chicharrones o el tocino de cielo son poesía comestible que se funde en el alma. El jerez, siempre presente, no es solo bebida: es compañero inseparable en este viaje sensorial.

La enogastronomía aquí se convierte en arte, y tabancos, bares y restaurantes se tornan escenarios donde el vino y la cocina bailan a compás. En el Mercado Central de Abastos, el bullicio tiene sabor a sal y tierra, a hierro forjado y a piedra con historia, en ese neoclásico corazón donde laten los productos frescos del mar y del campo. La noche, por su parte, se descorcha en bares de copas, terrazas, tablaos y heladerías, donde el frescor del vino se transforma en suspiros de verano.

Los espacios naturales son un atractivo más de Jerez y su entorno

Jerez, entre la sierra y el mar, despliega su vastedad como un poema verde que abraza los sentidos, invitando a caminarlo, a respirarlo, a vivirlo. Su término municipal, uno de los más grandes de España, es un mosaico de colinas suaves, viñedos que se pierden en la lejanía y dehesas centenarias donde la vida salvaje aún conserva su ritmo ancestral. Desde los Montes de Propios del Parque Natural de los Alcornocales, con sus rutas de senderismo y su biodiversidad única, hasta las lagunas de Medina, Torrox, El Tejón y Los Tollos —santuarios del agua y del vuelo—, cada rincón es una sinfonía natural. El Guadalete, eterno guardián del paisaje, serpentea junto a la ciudad, mientras el horizonte se abre hacia la Sierra de Grazalema y la Bahía de Cádiz, extendiendo sus brazos hasta Doñana, la joya natural de Europa.

Para las familias, el Zoobotánico ‘Alberto Durán’ es un edén cercano, hogar de especies de los cinco continentes; y para los curiosos del zumbido y la miel, el Rancho Cortesano abre la colmena de la apicultura con talleres participativos. Jerez vibra con propuestas de turismo activo que van del senderismo al cicloturismo, del paseo a caballo a la emoción del 4×4, de la contemplación serena de las aves al pulso adrenalínico de los deportes de aventura. Porque aquí, donde la tierra se enreda con el cielo y el aire huele a sal y a jara, la naturaleza es experiencia, es latido, es alma.

Jerez, es una ciudad que se revela en capas: en el aroma de sus bodegas, el compás de su flamenco, la elegancia del arte ecuestre, la fuerza de su naturaleza y el sabor de su cocina. Un destino, donde la tradición se abraza con la modernidad y cada experiencia deja huella. Porque quien llega a Jerez, no parte igual: se lleva un eco, un color, un recuerdo que permanece.

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